Floresta encendida

La Floresta encendida de Carmelo Fontánez         

La fuerza psicológica del color provoca
una vibración anímica. La fuerza física
elemental es la vía por la que el
color llega al alma.

Wassily Kandinsky

            Desde que Carmelo Fontánez presentó su primera exposición a finales de la década de los 60 eligió el color como eje estético de su pintura. Esa larga experimentación con la infinitas posibilidades de la matización cromática lo ha convertido en uno de los principales coloristas del país. El color —como sustancia visual capaz de generar vibración lumínica, calor, frío y emociones; de disolver la superficie pictórica para desplegar atmósferas líricas y místicas— es el alimento sutil que nutre  la encendida sensibilidad de Fontánez.

            Estudió en el Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico que en aquel tiempo era comandado por excelentes profesores que valoraban, por encima de todo, los fundamentos del arte. Entre todos ellos, fue Félix Bonilla Norat el que lo introdujo en los misterios iniciáticos del color. Tal vez suene pretensioso esta última expresión con ribetes esotéricos pero así fue que lo vivimos aquellos que tuvimos la suerte de tomar teoría del color con Bonilla Norat.

            Digno heredero de la tradición iniciada en el siglo 19 por Hilma af Klint y Wassily Kandinsky, Bonilla Norat asediaba el color desde diferentes campos: el pigmentario, el lumínico, y el sicológico. Cada uno de ellos es una puerta abierta al misterio insondable de la poesía, teniendo los tres su propia voz pero actuando de manera simultánea en la pintura. Tres corrientes vivas, entrelazadas y complementarias, expresadas a través de la pincelada, la mancha, el dibujo y los planos de la composición.

            Carmelo Fontánez, parte de esta rica tradición; también de las memorias infantiles y de una inclinación natural hacia la música que imprime a sus obras ritmo y movimiento. Hoy, continúa viviendo en su Caimito natal, en su casa-taller instalada frente a un frondoso monte que milagrosamente ha sobrevivido el desarrollo desmedido de la zona. En ese  paisaje de su infancia cultivó sus sentidos y aprendió a distinguir los delicados matices de verdes en contraste con los colores fríos de la profundidad del bosque.  El artista recuerda con claridad los largos ratos de su niñez que dedicaba a la contemplación de la naturaleza, sin estar consciente de que en esos momentos entrenaba sus ojos para ejercer en el futuro el complejo oficio de la pintura.

            De ese vínculo afectivo con el paisaje proviene la autenticidad y la intensidad lírica de sus composiciones. De su sofisticado manejo del color provienen las atmósferas envolventes que cautivan al espectador que se entregue sin reservas a la contemplación serena de sus composiciones.

            Otro tema que merece resaltarse en la obra de Carmelo Fontánez es su valiente apuesta por la belleza. Sobretodo en un momento de la historia del arte en que se hace evidente el agotamiento de las propuestas neoconceptuales, y su negación del valor estético del objeto artístico y de la belleza como expresión de armonía e integridad formal. Desacreditada injustamente como valor burgués, la Belleza —así, con mayúscula— está lejos de ser la aspiración de una clase social en específico. Con diferente nombre quizás, de manera inconsciente o como cualidad intrínseca de nuestra naturaleza, la Belleza siempre se ha manifestado en el hacer artístico de todas las culturas desde la Antigüedad. El acendrado formalismo de Fontánez nos devuelve lo bello con renovada fuerza, arraigado a su vez, en esa larga tradición.

            En Floresta encendida, Fontánez opta por una paleta cargada de tensiones y contrastes en donde el color rojo emerge como protagonista de muchas de las obras.  Las pinturas que exhiben esta cualidad estimulan nuestro ánimo y nos recuerdan la vitalidad de un paisaje que resiste el embate del calentamiento global y la amenaza del fuego forestal. Las posibilidades interpretativas del arte de Fontánez son infinitas, quedémonos con la gestualidad de la pincelada, las composiciones cromáticas inesperadas, la fuerza sicológica del color y el impacto de sus complejos matices que conquistan nuestra alma.

Rafael Trelles